lunes, noviembre 02, 2009

Una entrada como de un diario...


...siempre me ha parecido cursi. Sin embargo hay días que necesitan quedar grabados en la conciencia. Otra cosa es justificar por qué hacerlo en internet. Es, me parece, el punto mismo de tener un blog. En especial cuando se trata de un espacio personal que casi nadie lee. Me ayuda a tener las cosas algo más organizadas. Si tomara una foto de mi entorno, cualquiera lloraría. Y ese es el punto que vengo a llorar yo aquí: el desorden que me rodea es apenas un vestigio de la sinrazón de mi cotidianidad.

Como si mis problemas se parecieran al spaghetti que preparé el jueves (rico, pero algo pegado), tomo la primer hebra que encuentro para seguirla. Me perturba la susceptibilidad emocional que he mostrado estas últimas semanas. Los hechos son simples: un amigo que había prometido hacer un trabajo muy importante se va, sin decir ni adiós y desde luego, sin darme información sobre los avances del trabajo. Una amiga viene desde lejos a mi ciudad y no tengo los textos que quería darle. Por último en el recuento debo añadir la inevitable decisión de abandonar el grupo de teatro al que he pertenecido por años. La situación en ese contexto ya es insostenible, por tiempos y por afectos. No queda nada que pueda llamar mío.

Lo que hierve en mi cabeza y confunde la madeja como cuando está mal hilada es la conciencia de invertir mal mi tiempo. No puedo decir que lo esté perdiendo, porque trabajo, y mucho. Disfruto lo que hago (hasta cierto punto) y considero que la experiencia docente era necesaria para respaldar mi título académico. Pero no puedo seguir dando clases indefinidamente. Necesito hacer algo más, estudiar más, prepararme mucho mejor. No se trata, desde luego, de un problema únicamente laboral. Es sólo la punta de un iceberg, valga el lugar común. Subyace un plan de vida, un sentido existencial y de pertenencia.

Ya no escribo. Eso, en cualquier plano de mi conciencia es síntoma definitorio de inestabilidad. En mi labor la palabra se ha vuelto, pobre, moneda de curso. La tartamudeo entre el cansancio y el cúmulo de datos que debo procesar entre la ignorancia y la asequibilidad. Al fondo mismo del habla se hallan los contenidos, medrosos, empantanados. ¿Qué decir? Nada de lo que la imaginación conjunta en breves notas, esparcidas por cuadernos que aparecen espontáneos en mis bolsas y mochilas, tiene la dignidad necesaria para seguir adelante. Quisiera volver a la ignorancia. Entonces no había juicio que detuviera el avance de mis pensamientos y el gozo de mi ensoñación era pleno.

Ni la pluma ni el corazón fluyen. Al menos me siento agradecida por la total parálisis del sentimiento. El anhelo emocional no me llevó a ningún lado. Y cuando observo mi decidida carencia, dado que la autocompasión ya no es una opción y la búsqueda es inviable, me quedo en paz. No es, desde luego, un estado agradable. Pero al menos se puede vivir con ello. Quizá a ello se deba que remore (sí, lo sé, es un hermoso neologismo justificado) tanto sobre los afectos simples.

Cuando escribo me comparo. Siempre me comparo con otros. Quisiera que estas líneas fueran elocuentes, que atrajeran la mirada de los lectores, que disfrutaran, comentaran, en fin. Para ello tendré que escribir mucho y arriesgar más, y blindarme contra la crítica que siempre me hiende al alma.

Por eso quiero dedicar el próximo semestre a buscar una maestría, una beca para poder estudiarla (porque no podré trabajar igual), y comprometerme a escribir artículos tanto académicos como literarios. Voy a dar a mi vida el giro que debo. Al menos eso es lo que quiero.

1 comentario:

Emilia Kiehnle dijo...

No sé si es un mal que aqueje solamente a los filósofos o a los académicos en general, pero yo también llevo algún tiempo pensando en que ya no escribo. Al menos no por gusto. Y lo extraño.

Habrá que retomarlo, como un ejercicio constante hasta que se vuelva costumbre otra vez.

Es bueno leerte de vez en cuando ;)

Saludos!